El fallecimiento del Papa Francisco cierra un capítulo en la historia de la Iglesia Católica, que incumbe a la humanidad entera, dada la influencia que ejerce la Barca de Pedro en su navegar por el mundo.
Con el pontificado de Francisco se consolida la determinación del rumbo de la Iglesia en las turbulentas aguas del mundo postmoderno, trazado en el Concilio Vaticano Segundo. La clave a resolver desde aquel acontecimiento sinodal celebrado hace sesenta años, atañe al tema teológico que consiste en descifrar si la asistencia del Espíritu Santo actúa en la Iglesia desde la Cabeza de la Jerarquía Eclesiástica y fluye hacia abajo o desde la base del Pueblo de Dios hacia arriba.
Esta perspectiva dual mantiene un debate abierto entre tradicionalistas y modernistas cuya solución era previsible desde un principio en el justo medio aristotélico, en virtud de que el soplo del Espíritu funciona en ambos sentidos. El edificio jerárquico de la Iglesia se construyó cimentado en el Derecho Romano, por lo que durante siglos operó en forma vertical mediante una autoridad coercitiva aprendida por contagio en un primer tiempo de los restos del Imperio caído y después de los Estados Europeos emergentes.
La dualidad resultante genera posturas extremas como la de algunos que eludiendo su propia responsabilidad, exigen que la Iglesia ajuste la Doctrina de Cristo a la medida de sus deseos. Otros pasan por alto que no es moral ni siquiera posible obligar a las personas a cumplir los Mandamientos de Dios con auxilio de la fuerza pública, por lo que en lugar de recurrir a la condena y a la excomunión, la Iglesia opta por la Misericordia que mantiene las puertas abiertas y quienes se dicen creyentes, que procedan en conciencia.
La Iglesia no deja solos a sus hijos en tales procesos decisorios sino que ofrece el acompañamiento de sus pastores y de la comunidad en su conjunto, lo que implica que ambas instancias, pastores y comunidad, comparten la responsabilidad de asistir a los fieles que lo requieran. Esta propuesta no es del agrado de muchos laicos y sacerdotes e incluso obispos, que quieren que el Papa resuelva por decreto sus problemas de ministerio o de conciencia, que por naturaleza son responsabilidad y discernimiento de cada quién.
El tránsito ha sido lento y tortuoso. Mucho después de que la iglesia se emancipó del Estado Moderno se mantuvo, y aún resuena, un discurso de imposición autoritaria y de condena, que mas bien parece inspirado en la Antigua Ley judaica. Hoy día manteniendo la brújula dogmática y moral, las enseñanzas papales confirman la Doctrina Cristiana tradicional, pero refieren la responsabilidad del cumplimiento de los deberes que de ella emanan a la conciencia de los fieles como adultos que son.
Esta tendencia está presente en el legado del Papa Francisco, que ofrece su enseñanza mediante Exhortaciones Apostólicas. En el plano de la moral de familia, la Amoris Laetitia (2016) mantiene la prohibición de comulgar a los divorciados y vueltos a casar, pero cuando se alegan circunstancias eximentes, deja abierta la decisión a los interesados para que resuelvan en conciencia. En cuanto a la Doctrina Social, en la Evangelii Gaudium (2013) Francisco hace una crítica lapidaria al neoliberalismo, pero se limita a señalar el camino a seguir en favor de los pobres y descartables del sistema, en lugar de repartir anatemas y condenas.
La paradoja no es nueva; es un reflejo de la Misericordia de Cristo que no obstante que aborrece el pecado, ama al pecador, hasta el extremo de dar su vida por él. Así de simple y así de complicado (1).
(1) Si deseas más información sobre el Pontificado de Francisco, te ofrezco en este mismo Blog mis artículos:
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