La guerra entre Israel y Palestina que escaló el fin de semana, es parte de un conflicto que inicia a la caída del Imperio Turco Otomano al término de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), ante el proyecto de crear un Estado Judío en Territorio Palestino, sueño del Sionismo Internacional, tornado en pesadilla.
En el año 70 a. de C., el Ejército de Roma arrasó la ciudad de Jerusalén, echó a los judíos de la Tierra Prometida y los dispersó por el mundo, con lo que se cumplió la profecía bíblica proclamada en Isaías 5, 1-7 (1). Casi dos mil años después en el Siglo XIX, un grupo de judíos europeos inició el Movimiento Sionista para crear el Estado de Israel en el territorio que ocupaba en aquel entonces la Nación Palestina de cultura árabe, de religión islámica en su mayoría, y cristiana en menor proporción.
A la caída del Imperio Otomano, en Palestina no había una población judía como tal, pero no obstante, en 1936 Inglaterra y Francia propusieron a la Liga de las Naciones la creación de dos Estados, uno Judío y otro Palestino. Dichas potencias en alianza con los Estados Unidos asentaron a miles de inmigrantes judíos, arrojaron a los palestinos al desierto, y fundaron el Estado de Israel en 1948, pero extrañamente han negado su reconocimiento pleno a la existencia formal del Estado Palestino, lo cual es la clave para resolver el conflicto de fondo y sin embargo, hasta esta fecha la llamada “Autoridad Palestina”, no asiste a la ONU como Estado Miembro sino como “Observador”.
En el contexto de la Guerra Fría la causa palestina fue apoyada por el Régimen Soviético, por lo que el diferendo estuvo inmerso en la polarización vivida en aquella época. A la caída del Muro de Berlín lo pertinente era resolver el conflicto mediante el reconocimiento sin medias tintas del Estado Palestino, por parte de la comunidad internacional, y determinar sus fronteras con Israel, lo que estuvo a punto de suceder, en virtud de un acuerdo suscrito entre Simón Peres e Izak Rabín, Presidente y Primer Ministro de Israel, y Yasser Arafat, como líder histórico de la Organización para la Liberación de Palestina, lo que valió a estos tres personajes, recibir el Premio Nobel de la Paz en 1994.
De tal acuerdo surgió un plan de desarrollo integral y prosperidad compartida que Simon Peres describe en su libro “Oriente Medio Año Cero” (2), que ha sido frenado tanto por los intereses de las grandes potencias, como por la presencia de extremistas que en ambos bandos utilizan a los ciudadanos de los dos países, como escudos humanos. Lo cierto es que los extremos se tocan, el Primer Ministro de Israel Benjamín Netanyahu se beneficia de la actual escalada de guerra porque alivia las tensiones al interior de su régimen, presiona a los EEUU para que lo sigan apoyando y lima asperezas con las comunidades judías dispersas en el planeta, cansadas de financiar esta aventura sangrienta.
En efecto, el gobierno de Netanyahu se sostiene en grupos religiosos radicales que han hecho de Israel un estado teocrático que agobia a una sociedad secularizada, ofendida entre otras causas, por la reciente reforma judicial que vulnera el papel de la Suprema Corte de Justicia de Israel como garante del Estado de Derecho y revela a Netanyahu como autócrata y beligerante. En el otro bando, Hamás es una grupo terrorista internacional que tiene secuestrada a la Nación Palestina y hoy por hoy, hace el juego a Netanyahu, su enemigo aparente.
Es pertinente citar a Tony Judt (1948-2010), historiador judío nacido en Inglaterra, que en 1966 dejó sus estudios en Cambridge para ir a Israel a trabajar en un Kibutz; participó en la Guerra de los Seis Días en 1967, y tiempo después, decepcionado de la causa sionista, denunció con acento profético: “En los próximos años Israel va a devaluar, socavar y destruir el significado y la utilidad del Holocausto, reduciéndolo a lo que mucha gente ya dice que es: la excusa para su mal comportamiento” (3).
(1) Profecía de Isaías 5, 1-7.
(2) “Oriente Medio Año Cero”, libro de la autoría del Ex Presidente de Israel Simon Peres.
(3) Perfil Biográfico y Bibliografía de Tony Judt (1948-2010), historiador judío de origen inglés.
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