La coronación de la imagen de Cristo erigida en el Santuario de la Sierra de las Noas en la ciudad de Torreón, es una idea que debe ser reconsiderada por la Jerarquía de la Iglesia y el Pueblo Católico, a la luz del Evangelio.
En ocasión de la fiesta de Cristo Rey del Universo celebrada el domingo pasado, trascendió que al Cristo de las Noas se le pondrá una corona como las que portan los reyes terrenales, que es símbolo de poder temporal tanto político como económico y militar. Se trata pues de un símbolo de dominio imperial, que nada tiene que ver con la Realeza de Jesucristo, proclamada cuando Jesús Coronado de Espinas replicó a Poncio Pilato: “tu lo has dicho, Soy Rey; vine al mundo para ser testigo de la Verdad… pero mi reino no es de este mundo…” (Juan 18, 33-37).
La Iglesia vive en el mundo entre el trigo y la cizaña; durante siglos los poderes temporales se han aprovechado de los símbolos y las estructuras de las diversas religiones para impulsar proyectos terrenales y como la Iglesia Católica no es excepción, ha sido utilizada por factores reales de poder en aventuras políticas en distintas épocas y lugares, arrastrando a Jerarquía y Feligreses. La experiencia histórica enseña que de tiempo en tiempo aparecen movimientos anticlericales que arrojan sobre la Iglesia la culpa de todo lo malo que pasa en el planeta, mientras los bandos seculares en permanente conflicto por intereses mezquinos, eluden la responsabilidad que les corresponde.
Los orígenes del Santuario se remontan a los años sesenta del siglo pasado, a partir de una ermita instalada en cumbre de la Sierra de las Noas, cuya vista domina la zona metropolitana de la Comarca Lagunera. La imagen de concreto que mide 22 metros de altura y pesa 580 toneladas, fue construida con donativos del Pueblo Católico de la Región entre 1973 y 1983, sobre un diseño minimalista y etéreo del escultor Vladimir Alvarado (Saltillo 1938); la figura austera y monumental que parece flotar sobre la Sierra representa a Cristo Resucitado con los brazos abiertos, y en la medida en que expresa con acierto su significado triunfal sobre la muerte, no necesita adorno alguno (1).
El autor de la escultura ha dicho que la modificación no es de su agrado y se entiende, porque rompe con el estilo estético y conceptual con el que fue pensada hace 50 años y ponerle un pegoste es tan absurdo como enmendar la plana a la Piedad de Miguel Ángel o a la Santa Teresa en Éxtasis de Bernini, que son obras de arte que responden a un tiempo y a una cultura determinados, con plena fidelidad al Espíritu Cristiano. No es congruente que mientras el Verbo Encarnado abandona su Condición Divina y se rebaja a nuestra naturaleza en las condiciones de humildad más radicales (Filipenses 2, 6-11), su imagen sea deformada mediante coronas de hierro, de oro o de concreto (2).
La Corona está hecha y se anuncia que será bendecida en el mismo lugar del Santuario el día de mañana, pero todavía es tiempo de corregir porque aún no ha sido instalada sobre la cabeza de la Imagen, como se tiene previsto que estará para la Semana Santa del año entrante. Mejor sería que el aditamento que se pretende agregar sea aprovechado poniendo esa Corona a los pies de la Imagen, como un símbolo de que el Reino de Cristo no es de este mundo, pero está presente como testimonio de la Verdad y por encima de los reinos temporales que por naturaleza son efímeros.
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