La declaración del Presidente Joe Biden hecha la semana pasada en una visita de Estado a Japón, en el sentido de que los Estados Unidos intervendrán militarmente en contra de China, en caso de que este país invada la Isla de Taiwán, es un “deja vu” de lo ocurrido en Ucrania, que abre un nuevo frente de guerra y plantea una amenaza mayor en contra de la paz mundial.
La advertencia de Biden sorprende, porque no existen hechos que justifiquen la sospecha de que China pretenda someter militarmente a la Isla, a la que los propios Estados Unidos reconocen como parte del territorio chino (1). La Revolución que en 1911 inició el Doctor Sun Yat-sen (1866-1925), padre de la China moderna, a la muerte del líder se bifurcó en dos vertientes: La comunista encabezada por Mao Tse Tung que obtuvo el control del territorio continental y la nacionalista dirigida por Chiang kai-shek, que se refugió en la Isla de Taiwán seguida por el dos por ciento de la población del gigante asiático.
Su condición de isla y su historia hicieron de Taiwán un enclave vital del comercio, que opera como bisagra cultural entre China y el mundo, y en especial hoy día, en que China dejó atrás al comunismo y adoptó un régimen de capitalismo de estado. La apertura de China es obra del ex presidente de los EU Richard M. Nixon (1913-1994), abanderado del Realismo Político (realpolitik), visión que en las relaciones internacionales pone la fuerza militar en segundo plano y construye acuerdos ofreciendo oportunidades de desarrollo, proponiendo mutuas concesiones entre negociadores y sobre todo, aceptando las diferencias que existen entre el carácter y trayectoria de los diversos pueblos de la tierra, lo que implica promover la democracia y la cultura de los derechos humanos por convencimiento, en vez de tratar de imponerlos por la fuerza.
Nixon aprovechó la disputa entre China y la Unión Soviética por el liderazgo del comunismo en el planeta, en una lógica en la que el predominio hegemónico es parte de la naturaleza del sistema marxista. El acercamiento con Pekín inició con la salida de los Estados Unidos de Vietnam, y concluyó en la aceptación de “una sola China” y a cambio, Pekín se obligó a respetar al gobierno autónomo de Taiwán como ocurre hasta el día de hoy, con lo que según el libro que es obra maestra de Nixon, La verdadera Guerra: “China se insertó en la comunidad mundial en concepto de nación grande y avanzada y no como epicentro de la Revolución Mundial” (2).
Tal estado de cosas ha funcionado por más de cincuenta años, sin más tensiones que las que suele haber entre cualquier gobierno central y sus provincias autónomas y sin que haya estallado alguna crisis, ni exista un riesgo ni próximo ni grave de invasión armada en contra de Taiwán, por parte de China. La amenaza de Biden está fuera de lugar y lo cierto es que no es un desliz ni una mera ocurrencia del mandatario, sino que fue refrendada el jueves pasado por el Secretario de Estado Antony Blinken, al confirmar la declaración del Presidente como la postura oficial de la Casa Blanca, mediante un discurso en el que se pone de manifiesto que la actitud de Washington, obedece a la neutralidad de China en el conflicto entre Ucrania y Rusia (3).
El trepidar de los tambores de la guerra va en aumento. Las voces que piden soluciones diplomáticas son mal vistas e injustamente descalificadas, como ocurrió a Henry Kissinger la semana pasada, en el escenario del Foro Económico Mundial de Davos, ante un público hostil, en el que el conferencista puso en claro que lo correcto es resolver la guerra en Ucrania, por medio de una arreglo negociado (4). Cabe recordar que Kissinger fue Secretario de Estado cuando Richard M. Nixon fue presidente de los EU (1966-1972) y aunque en lo ideológico y en su perfil personal eran como el agua y el aceite, compartían la visión realista de la política, por lo que sin claudicar de sus convicciones e intereses personales, solían ponerlos en segundo término, en aras del bien común de la sociedad global.
Nixon aceptó a Kissinger en su equipo como elemento de contrapeso, por lo que ambos resolvían sus desacuerdos mediante ejercicios de discernimiento y diálogo. Con ese método llevado al plano internacional, Nixon trazó el camino por virtud del cual concluyó la Guerra Fría, y al menos por un tiempo, las potencias del mundo postergaron sus intereses particulares, en aras del equilibrio del poder y de la paz mundial.
(1)
(2)
La verdadera Guerra, libro de Richard M. Nixon. Amazon.
Versión Digital, Biblioteca de la Universidad de Chile.
(3)
(4)
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