La “reconciliación nacional” es el primer punto que en la antesala electoral de 2024 abordan las aspirantes a la Presidencia de la República, cuyo tema no tocan los medios de comunicación tradicionales, perdidos en los chismes qué acompañan a los importantes acontecimientos que presenciamos.
En efecto, al recibir su constancia como abanderada del Frente PRI- PAN, Xóchitl Gálvez asegura que con su designación empieza un proceso de reconciliación nacional, que en apariencia, sugiere para disipar el ambiente de encono y crispación que hemos vivido en México, a raíz del colapso de la partidocracia que compartió el poder hasta las elecciones presidenciales de 2018 (1). En su estilo desparpajado Gálvez es omisa de esbozar siquiera en sus líneas generales, cuál sería su propuesta de ruta a la reconciliación.
Días después a las afueras de un restaurante, en plena calle del centro histórico de la Ciudad de México, López Obrador entrega a Claudia Sheinbaum el Bastón de Mando que la acredita como relevo en el liderazgo del Movimiento de la Cuarta Transformación. La ex Jefa de Gobierno de la CDMX recibe el símbolo y frente a la formación que la postula, contrae un compromiso de continuidad de las políticas públicas del actual gobierno, que menciona una por una, empezando con una referencia a la estabilidad de la economía, para concluir con la promesa de seguir apoyando primero a los pobres.
Claudia dedica unas palabras a la propuesta de reconciliación del PRIAN y a su juicio: “las y los mexicanos no quieren reconciliarse con la corrupción, el conflicto de intereses, la guerra, la represión, el autoritarismo y el pasado de privilegios…” y considera falsa la referida propuesta de reconciliación, porque a su decir la oposición suele usar disfraces de “feministas, demócratas y hoy día de ciudadanos…”. Asiste la razón a Sheinbaum cuando duda de las intenciones de la oposición, y denuncia que la dizque reconciliación es una burda treta electoral como la del lobo que se reviste de piel de oveja (2).
Para que fuera creíble su oferta conciliatoria, la oposición debió ponerla en práctica al día siguiente en que concluyó la elección de 2018, cuyo resultado fue un severo castigo por los múltiples agravios inferidos por el PRIAN, que ni siquiera han sido reconocidos por sus autores. Cada partido opositor debió hacer un examen de conciencia y acreditar un propósito de rectificación; debió reconciliarse con su propia base electoral, abrir sus puertas a los ciudadanos, renovar sus dirigencias, y en el Congreso pudo plantar cara al régimen, rechazando lo que a su juicio fuera malo y apoyando lo bueno, buscando puntos de encuentro.
Los opositores ni siquiera lo intentaron y por el contrario, las mismas cúpulas partidistas se aferraron a sus posiciones y privilegios; montaron en la vieja prensa chayotera una campaña permanente de odio; declararon una huelga legislativa; hicieron una trinchera del INE y de la Suprema Corte e intentaron de todo por ridiculizar la austeridad republicana, los programas sociales y el apoyo a los pobres. Hoy día la oposición está en manos del PRI putrefacto de “Alito” y Rubén Moreira; el PAN va tristemente uncido como furgón de cola y Xóchitl carga sobre sus espaldas el lastre que lo anterior implica, aunque insista en tomar distancia de dichos partidos.
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