La Cumbre de las Américas celebrada en la Ciudad de Los Ángeles la semana pasada, responde a la importancia que tiene el tema migratorio para los pueblos y gobiernos del Continente Americano y ofrece una oportunidad para hacer las cosas de acuerdo al principio de solidaridad que por Caridad Cristiana, elemental sentido de conservación o mera conveniencia recíproca, debe imperar entre los seres humanos.
La reunión concluyó con un documento que es congruente con la gira que realizó López Obrador el mes pasado, en la que impulsó una política de colaboración para mejorar las condiciones de vida y fortalecer el arraigo de las personas en sus comunidades de origen, en Centro América y el Sureste de México. La cuestión migratoria es un problema humano que concierne a todos, y el acuerdo de Los Ángeles sienta las bases para que cada país asuma compromisos en el corto plazo, lo que en la cruda realidad implica repartir en todos los pueblos de la región el impacto de este fenómeno que en la búsqueda de una vida mejor, tiene como destino deseado los Estados Unidos (1).
La aplicación de esta política incluye un apoyo económico sustancial para Centroamérica que está atorado en el Congreso de los Estados Unidos por un forcejeo entre Demócratas y Republicanos, en el ambiente polarizado que existe en torno a las elecciones a celebrarse el próximo mes de noviembre. La falta de acuerdo en los Estados Unidos y en el caso de todos los sistemas que aspiran a la vida democrática, es el reto fundamental, porque el encono de la lucha partidista hace apostar al fracaso de cualquiera iniciativa del adversario, en detrimento del bien común de la sociedad nacional o internacional como ocurre en el caso en comento.
A eso se debe que mientras el Gobierno Demócrata de Joe Biden, propone hoy día conducir la migración por la vía de la solidaridad, la legalidad y el respeto a los derechos humanos, los Republicanos sacan a relucir su discurso antiinmigrante, que al igual que los Demócratas endurecen o moderan a conveniencia conforme los vientos electorales. No obstante el acuerdo de la Cumbre es positivo y esperanzador, pero tiene un gran hueco al omitir el compromiso de los Estados Unidos para regularizar la situación de los migrantes que ya se encuentran en su territorio, sobre todo los de origen mexicano que se estiman en once millones de personas.
Pese a la oportunidad que abre el acuerdo migratorio acabará en fracaso si se desatiende por seguir en discusiones bizantinas propias de la extinta guerra fría, como ocurre con la exclusión de Cuba, Venezuela y Nicaragua del foro en cuestión. A ese respecto cabe decir que el Estado Mexicano participó en la Cumbre legalmente representado; la inasistencia de López Orador fija una postura testimonial que con razón pide que se hagan las cosas distintas a como se han hecho sin buenos resultados, por lo que quienes insisten en “amarrar navajas” por este motivo con el gobierno de Estados Unidos pierden su tiempo, ya que México es clave en el control del flujo migratorio y está haciendo la parte que le toca.
Es ingenuo esperar que la superpotencia renuncie al liderazgo que considera su Destino Manifiesto, pero los demás países del hemisferio tienen el derecho de exigir a los Estados Unidos dejen atrás sus pretensiones de dominio y asuman la convivencia en una relación respetuosa de coordinación entre iguales, y no de subordinación. En esta postura coincidieron los mensajes de todos los presentes en Los Ángeles incluido el anfitrión, lo que hace patente la necesidad de pasar del discurso a los hechos, y reformar las bases constitutivas, tanto de la Cumbre de las Américas como de la Organización de los Estados Americanos OEA, para adecuarlas a la realidad.
La reforma es urgente y muy en especial en interés de los Estados Unidos, que necesitan reforzar su posición en la competencia con China, cerrando filas con las economías de la Región. El abandono de América Latina tuvo su origen en la apertura del país asiático y en la ambición de ganancias fabulosas a corto plazo; los capitales norteamericanos corrieron en estampida al oriente provocando un crecimiento exponencial de la economía China, al tiempo que redujeron sus inversiones en nuestro Continente e incluso dentro de los propios Estados Unidos, hasta niveles que hoy día ponen en peligro la supremacía de Norteamérica.
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