La conclusión del proceso electoral y la definición de que la Doctora Claudia Sheinbaum y los partidos que la apoyan gobernarán en fechas próximas, abren paso a un deseo generalizado, en el sentido de que las fuerzas políticas que han estado en conflicto en el México actual, celebren acuerdos que den estabilidad a la gestión de gobierno.
Lo anterior solo será posible en la medida en que los mexicanos reconozcamos que el primer requisito de esta deseada reconciliación es que haya voluntad de las partes para llegar a acuerdos políticos concretos, sin la cual no habrá tal reconciliación. El ex presidente del Gobierno Español Felipe González sostiene que la sola tolerancia no es suficiente para alcanzar acuerdos políticos y propone la aceptación del adversario como alter ego, otro yo, lo que implica en este caso reconocer el resultado de las votaciones y respetar en forma recíproca a las personas y puntos de vista entre gobierno electo y oposición.
No se advierte en el escenario nacional que existan tales requisitos mínimos, si atendemos a lo ocurrido tanto en los últimos cinco años como en la reciente contienda electoral, en la que el discurso de odio, el denuesto y la descalificación fueron la regla. Por el contrario, la candidata opositora Xóchitl Gálvez mantiene un discurso contradictorio entre el reconocimiento de la derrota y la impugnación de las elecciones, y llega al extremo de anunciar que ella y quienes quieran seguirla, se constituyen en resistencia civil frente al resultado de las votaciones del domingo pasado, en la que el gobierno electo fue legitimado por mayoría aplastante.
Los argumentos de Xóchitl son deleznables porque se refieren tanto a programas sociales que la propia Gálvez en campaña prometió sostener, como a condiciones de inseguridad, que a pesar de ser parte de nuestra realidad desde hace tiempo, no existe ningún dato que indique que hayan incidido de manera significativa en el resultado de la votación. Las reacciones postelectorales de la oposición siguen envueltas en el mismo discurso de odio e histeria colectiva, que adquiere tintes patológicos en virtud de que la campaña ya concluyó y las elecciones fueron desahogadas en los términos que todos vivimos en carne propia, sin que necesitemos que nadie nos cuente.
Es predecible que la oposición transfiera el discurso anti López Obrador a la Presidenta electa, siguiendo la dinámica del baño de lodo: “narco presidente, narco candidata”, que junto con el resto de la guerra sucia acabaron por fortalecer a la 4T. Lo que debe hacer la oposición si aspira a tener un futuro, es pedir perdón a sus seguidores por haberlos engañado con encuestas falsas y expectativas infundadas y enseguida renovar los partidos que la integran, empezando por despedir a sus actuales dirigentes y a los publicistas que la llevaron al fracaso bajo la premisa perversa según la cual, las campañas mediáticas y en redes digitales pueden imponerse a la realidad en la vida de las personas de carne y hueso.
La oposición abdicó de su función política; se entregó a intereses ajenos al bien común de la sociedad y está puesta al servicio de poderes fácticos de identidad difusa, los cuales no prevalecerán frente a la postura clara y definida de la 4T, por defectuosa o equivocada que les pueda parecer a ciertos sectores. Es claro que habrá contrapesos al poder que el pueblo constituyó en las urnas el domingo pasado, pero no vendrán de una oposición que permanece en la histeria colectiva; vendrán de ciudadanos exigentes que estén conectados a la realidad; de los mercados financieros y de poderes globalistas internacionales, algunos con pretensiones de gobierno mundial.
0 comentarios