El tránsito de Benedicto XVI a la vida eterna marca un hito en la historia de la Iglesia Católica, porque durante el pontificado de Juan Pablo II y en el suyo propio, encabezó el discernimiento y la acción para enfrentar la tormenta teológica posterior al Concilio Vaticano Segundo. El mismo José Ratzinger plasmó en su Escudo Episcopal el lema “Colaborador de la Verdad”, cuya tarea asumió como objetivo de vida.
El Concilio Vaticano Segundo (1962-1965), tuvo por objeto la adaptación de la Pastoral de la Iglesia a las necesidades espirituales y al perfil cultural del hombre contemporáneo. El contenido de los Documentos Conciliares es inobjetable desde el punto de vista de su apego a la verdad sostenida por la Iglesia durante más de dos mil años sin embargo, una vez concluido el Concilio se desató una tormenta, que siete años más tarde, el 29 de junio de 1972, llevó a Paulo VI a decir: El humo de Satanás entró en el templo de Dios…
José Ratzinger fue el asesor más joven en el Concilio, con 36 años de edad. Desde el inicio de su pontificado el 16 de octubre de 1978, Juan Pablo II puso en sus manos la brújula teológica de la Iglesia, basado en el equilibrio de su carrera eclesiástica, entre el trabajo pastoral y la academia. Se trata pues de un clérigo intelectual con “olor a oveja”. En efecto, la biografía de Ratzinger contiene episodios como cura de aldea, párroco urbano y Arzobispo de Munich, que se intercalan con la cátedra en las Escuelas de Teología más importantes de Europa, a partir de una visión histórica y una experiencia de vida cimentadas en la Fe, la razón, la piedad cristiana y la entrega a los demás.
Ratzinger fue un luchador a contracorriente, que amerita ser declarado Doctor de la Iglesia. Su inteligencia privilegiada le abrió los ambientes del más alto nivel del pensamiento teológico, en donde suelen debatir la ortodoxia y el modernismo. Al intervenir en la hechura del Nuevo Catecismo de la Iglesia, al participar en la formulación del Código de Derecho Canónico vigente y en las Encíclicas de Juan Pablo II; al refutar la Teología de la Liberación, al combatir el relativismo, etcétera, Ratzinger estableció puntos de referencia para definir la posición de la Iglesia frente al mundo del Siglo Veintiuno, reafirmando su misión como depositaria de la Fe, y ratificando la identidad doctrinaria de la Barca de Pedro.
Las discusiones teológicas no son ni del interés ni del dominio del gran público sin embargo, el debate estalló en la calle en torno a la Santa Misa, en vista de una reforma que no surgió del Concilio, sino de cambios difundidos a posteriori desde la Curia Romana. Algunas comunidades rechazaron la nueva misa por estimarla antropocéntrica y por ende herética, como es el caso de la Sociedad San Pio X fundada por el obispo francés Marcel Lefevre, cuyos sacerdotes hoy día siguen celebrando la Misa en Latín, pero el debate de fondo no se reduce al idioma, sino que concierne a la fidelidad del rito con la doctrina transmitida por Jesús a sus apóstoles y a sus sucesores hasta el presente, porque en materia de Fe y Liturgia, la forma es fondo.
Por años la misa postconciliar fue celebrada según el estilo y parecer de cada oficiante y mientras tanto, durante los Pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI, se hizo una restauración lenta y silenciosa del culto en todas las lenguas. Una operación de tramado fino sujetó el rito a la Verdad Revelada, y puso en claro que el protagonista de la Santa Misa no es ni la asamblea del pueblo que participa, ni el ministro que por mandato la preside sino Cristo, Sumo Sacerdote y Victima que se ofrece a sí mismo en Sacrificio a Dios Padre para redimir a la humanidad, como lo confirma la Exhortación Apostólica de Benedicto: El Sacramento del Amor (1).
En aquel episodio de la Iglesia, a despecho del desenlace apocalíptico que algunos temían, el Espíritu Santo se manifestó de modo milagroso pero apenas perceptible, como una brisa suave. (I Reyes 19: 9-13).
(1) Exhortación Apostólica Sacramento del Amor, Sacramentum Caritatis, del Papa Benedicto XVI.
Cuando te escucho y te leo, SIEMPRE aprendo; como bien mencionas, las discusiones teológicas no son del dominio del gran público, pero desear saber, tomar conciencia y conocimiento, en lo personal fortalece mi adhesión a mi religión, a nuestra iglesia y renueva mi fe.
Gracias por tanto que has compartido conmigo a lo largo de los años.